En las calles de Madrid, Greco, realiza
una gran variedad de Vivo-Dito. Con una
tiza sale a la calle, firma personas,
veredas, autos, un zapato y hasta un policía
de tránsito con su moto.
Lo que hacía Greco era trazar un
círculo de tiza en torno a la gente
que pasaba, las cosas que encontraba por
ahí, a veces nada más que
los lugares. Luego firmaba con su nombre.
La gente seguía su camino, las
cosas eran removidas, los lugares ocupados,
y el círculo de tiza, iba desapareciendo.
De esta manera el Vivo-Dito se presenta
como un punto de inflexión en la
línea más amplia del arte
vivo, que atraviesa, no sólo toda
la obra de Greco, sino todas las búsquedas
artísticas contemporáneas
de los años 50 y 60. Hay en esta
época, y de un modo privilegiado
en Greco, una suerte de doble movimiento
pendular, que va del arte a la vida, y
viceversa, tratando de transvalorar la
escala establecida de valores y de poner,
por lo tanto, el arte al servicio de la
vida y de llevar la vida, al mundo del
arte.
Habría un primer momento en el
cual el movimiento consistiría
en introducir la vida en el arte (informalismo
radical de los cuadros orinados, abandonados
a la lluvia, y también llevando
ratas al museo). Y habría un segundo
momento en que llevaría el arte
al terreno de la vida, (pintarse de negro
en una fiesta, llevar los cuadros a la
vereda, hacer graffitis en las calles,
o vestirse de hombre sandwich). Entre
ambos movimientos, el Vivo-Dito, representaría
una especie de punto de inflexión,
pero también de medida, como si
la vida y el arte confluyeran en este
círculo de tiza.
En todo caso, entre uno y otro movimiento,
algo pasa, algo cambia, algo se transforma:
Greco no sale a la calle sin que el acontecimiento
entre en una suerte de devenir artístico
capaz de extraer del mismo sus efectos
inmateriales y sus consecuencias estéticas,
políticas y conceptuales, ni entra
al museo sin que el movimiento de la vida
envuelva todo en una vorágine,
del que no deja indemnes las estructuras
estéticas, políticas y conceptuales
del museo, de la obra, de la institución,
e incluso del artista.
Destrucción de unos valores y construcción
de unos nuevos. Movimiento continuo que
atraviesa ininterrumpidamente los museos
y las obras, las instituciones y los artistas.